Reconstrucción

28.06.2020

La lectura del Libro de Nehemías en el primer nocturno de las Vigilias de hoy me sorprendió a pesar de ser a primera vista un relato bastante aburrido del esfuerzo de los judíos en la re-construcción de la ciudad de Jerusalén y eventualmente del Templo. Una obra de reconstrucción enormemente difícil, con pocos recursos y de cara a enemigos dispuestos a intervenir en cualquier momento.

Nos dice poco, pero nos dice mucho si vemos nuestra propia situación desde la perspectiva de la experiencia de ellos. La situación del mundo hoy es difícil desde todo punto de vista y la nuestra también, tanto más en Venezuela.

Estamos tratando de reconstruir algo de cara a adversidades de cierta importancia y de muy diversa índole; necesitamos hacer muchas cosas y muy diferentes, todo lo cual a veces parece imposible; los judíos con Nehemías estaban en lo mismo.

Lo que los movía a ellos era la convicción de que lo que hacían era voluntad de Dios, que hasta cierto punto era facilitada por la benevolencia de los reyes de Persia. A nosotros nos mueve y nos sostiene la convicción de que lo que hacemos es voluntad de Dios y que ésta va a realizarse en la forma que Dios determine.

No tenemos garantías claramente visibles para la recons-trucción según nosotros la entendemos, pero el esfuerzo de nuestra parte ya es una entrega a Dios y a lo que Él desea, no sólo para nosotros sino para todos los que nos rodean, y la re-construcción es no sólo material o comunitaria sino sobre todo espiritual.

El desafío es un llamado al crecimiento espiritual, a la profundización de nuestra vida con Dios y en Dios; es nuestra identificación con el proceso de Cristo en el mundo que indudablemente conlleva un sacrificio, que supone sufrimiento.

Nehemías y su gente no estaban mirando sólo a su bien personal, que se veía bastante disminuido por el esfuerzo que realizaban, sino al bien del pueblo, especialmente el que habría de venir, más aún la gloria de Dios en sí misma, que se manifestaba en Jerusalén y a la cual ellos debía contribuir, era un incentivo fundamental.

Nuestra propia posición debe apuntar a lo mismo: a la gloria de Dios, a la realización de su voluntad, que es un bien no sólo para nosotros mismos -como ya dije- sino que alcanza mucho más allá, más allá de lo que podemos percibir o percibimos en este momento.

La cruz de Cristo, con la que nos identificamos, no es un hecho aislado, cerrado sobre sí mismo, sino un acto salvífico por el que se derrama el amor de Dios con efectos que no nos es dado ver; en esto la fe y la esperanza acompañan al amor que no se rinde. Vivimos del amor y para el amor sea cuales sean las circunstancias; estamos llamados a perseverar en esto sabiendo que estamos en las manos de Dios, un Dios fiel quien a través de todas las turbulencias nos va acompañando y por medio de ellas cumpliendo su designio de salvación.

El sentido más profundo de la vida monástica cisterciense es éste, vivirlo es un privilegio y damos gracias por ello.

P. Plácido Álvarez.

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