Cistercienses y trapenses



La historia de los cistercienses se remonta a finales del siglo XI, en la Francia medieval, donde la vida monástica tenía su máxima expresión en el benedictismo cluniacense. Roberto, abad del monasterio cluniacense de Molesmes, y un grupo de monjes de su comunidad quisieron, fundamentados en el alejamiento de la observancia primitiva de la Regla benedictina, retornar al sano equilibrio que proponía san Benito de Nursia, quien en en el siglo VI fundara el primer monasterio benedictino. 

Roberto y sus compañeros erigieron un nuevo monasterio en un lugar hosco y pantanoso llamado Cîteaux (Císter, en español), donde los monjes se dedicaron a la oración y al trabajo manual en una vida de gran ascetismo, haciendo posible las palabras de San Benito Ora et labora  (reza y trabaja)La nueva Orden fue reconocida en 1100 por el papa Pascual II, bajo el abadiato del sucesor de Roberto, Alberico. Y su tercer abad, Esteban Harding, en 1119 dio al Císter, la Carta de Caridad, documento esencial en el que se establecían las normas comunitarias de total pobreza, de obediencia a los obispos, de dedicación al culto divino y muchas otras características que definían a la naciente orden

A través de los años, el fervor inicial fue disminuyendo y, a pesar de la gran extensión que tuvo en toda Europa (hasta 700 monasterios), el carisma que se había fraguado en aquellos plácidos años iniciales hubo de desviarse y relajarse.

La historia puede retomarse durante los tormentosos años de la revolución francesa. Los monjes, en toda era, han tenido una prodigiosa capacidad de regeneración. Esto fue lo que pasó en el monasterio de La Trappe (La Trapa, español), en el siglo XVII. Cuando se hizo evidente que todo estaba perdido en Francia, el único esfuerzo organizado por salvar un núcleo cisterciense viable para el futuro salió de La Trapa. Fue un grupo de monjes generosos exiliados que volvieron a su patria y comenzaron a propagar la Orden con bastante éxito. El hecho de que todos fueran seguidores entusiastas del abad Rancé, el gran reformador de La Trapa, tuvo una importancia capital y decisiva en la historia futura de la Orden. Después de 1815, la influencia de Rancé se convirtió en fuerza dominante del renacimiento cisterciense en todas partes de Francia y doquiera que el vigor de la expansión empujara a los Trapenses, nombre popular que en esos países se convirtió en sinónimo de «cistercienses». 

Agustín de Lestrange es otro personaje relevante que constituyó uno de esos caracteres extraordinarios. Éste, reunió alrededor de veintiún monjes de su comunidad y huyó a Suiza, alojándose en La Valsainte, una cartuja abandonada, donde el 1 de junio de 1791 comenzó a desarrollarse uno de los capítulos más notables de la vida cisterciense. La austeridad que legó a sus monjes es parte de la herencia espiritual y ascética que protagonizaron los trapenses y que fue su bandera por muchos años. Hoy en día, los cistercienses, después de muchos traspiés históricos, perviven en dos grandes órdenes: la Sagrada Orden del Císter y la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, diseminada por los cinco continentes del globo.

 



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