Intimidad y lucha

05.07.2020

Domingo 14 Ordinario

Libro de Zacarías 9,9-10.
Carta de San Pablo a los Romanos 8,9.11-13.
Evangelio según San Mateo 11,25-30.

Dios misericordioso, humilde y victorioso, nos dice el profeta, es una visión que ni Israel ni nosotros absorbemos con facilidad porque choca con el concepto que tenemos de Él como glorioso y omnipotente; ese concepto no es errado, pero tenemos que ampliar nuestras mentes y nuestros corazones para vivir adecuadamente la tensión que esta polaridad genera. Jesús en su vida terrena luchará con la gente para que llegue a entender a cabalidad este otro aspecto o dimensión de Dios que lo hace tan cercano y en cuya presencia podemos vivir sin miedo, dimensión de Dios que él mismo encarna: la persona del Hijo. que junto con el Espíritu nos dan una vida nueva que viene del Padre.

San Pablo nos habla del Espíritu que habita en nosotros y tenemos en esto otra realidad que no asumimos fácilmente porque significa una intimidad entre Dios y nosotros que es desconcertante para nuestra propias y limitadas personas.

San Pablo resalta otro tipo de tensión que se manifiesta en nosotros: el contraste y lucha entre la carne y el Espíritu de Dios en nosotros. Si Dios se ha hecho tan cercano a nosotros tanto por la persona de Cristo como por su Espíritu es porque la carne no es despreciable sino simplemente que ella necesita redención. Cristo no descarta la carne creada por Dios, y como tal buena, sino que la transforma liberándola del pecado que la había reducido a la esclavitud.

Esta lucha en la que nos vemos inmersos es una aflicción, y es a nosotros a quien el Señor dice: Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré... Porque mi yugo es suave y mi carga liviana. El Señor no nos exime de la lucha y nos llama a asumirla en la confianza de que no nos faltará su Espíritu y que él mismo en su paciencia y humildad la asume con nosotros.

Nuestra experiencia más inmediata quizás no nos dé a sentir que la carga es ligera o el yugo suave, pero la fe también puede convertirse en una experiencia reconocible en el consuelo de nuestra identificación con Cristo.

Esa experiencia es alimentada por el don de la Eucaristía que podemos compartir.

P. Plácido Álvarez.


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