La transformación y el sufrimiento en la oración

05.07.2020

¿Qué es lo que transforma al mundo? La respuesta tiene que partir de una meditación acerca de la persona de Jesús mismo, de lo que dice y de lo que hace, porque éstas son las cosas que revelan el designio de Dios.

Nosotros estamos convencidos de que la oración juega un papel fundamental en la transformación y lo experimentamos en nuestras propias vidas; la oración es algo que se arraiga profundamente en nosotros y abarca todo lo que somos y hacemos cuando somos fieles a nuestra vocación porque de esta forma nos vamos identificando con la persona del Señor, y eso trae consecuencias.

El Señor asume sobre sí los pecados y sufrimientos del mundo en su oración pero también en los sucesos de su vida, particularmente en su pasión y su muerte, que se convierten en la dinámica dela transformación que no es posible detener, y el Libro de Apocalipsis nos lo muestra así, tomando también en consideración el sufrimiento que la historia toda conlleva, de la que el Señor no se eximió.

El sufrimiento tiene un sentido que en última instancia se asume en la oración y el sufrimiento no es sólo físico, en algunos casos eso no está presente, pero siempre es espiritual, y ahí la oración es fundamental, se hace más real y más cercana a Cristo y a su obra en el mundo.

Jesús predicó e hizo milagros, ambas cosas muy importantes, pero la redención la realizó en la cruz, y la resurrección significó la confirmación y la transformación definitiva[1], es el paso del mundo viejo -sacrificado en la cruz[2]- al nuevo que se manifiesta ya en su persona.

El sufrimiento nos hace vulnerables y muestra nuestra fragilidad, pero también nos abre a Dios[3], porque empezamos a darnos cuenta en verdad de que no somos Dios. El sufrimiento asumido en la oración nos hace compasivos; al asumir la propia realidad entendemos mejor la debilidad del otro para llevarlo a la oración, y así también nos identificamos con Cristo, como dice la Carta a los Hebreos con respecto a él: por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba[4]. Y dice el apóstol Santiago.

Feliz el hombre que soporta la prueba, porque después de haberla superado, recibirá la corona de Vida que el Señor prometió a los que lo aman[5].

O como dice el apóstol Pedro:

La fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo. Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación[6].

La prueba es una gracia si se asume en Cristo[7] y por lo tanto en la oración. Pedro en su primera carta nos dice:

Porque es una gracia soportar, con el pensamiento puesto en Dios, las penas que se sufren injustamente. En efecto, ¿qué gloria habría en soportar el castigo por una falta que se ha cometido? Pero si a pesar de hacer el bien, ustedes soportan el sufrimiento, esto sí es una gracia delante de Dios[8].

El sufrimiento nos acerca a Dios, abre nuestra oración a una realidad que nos supera ampliamente y nos implica profundamente en la transformación no sólo de nuestras personas sino del mundo. Es lo que Jesús mismo nos muestra, en esto está nuestra esperanza y en su amor nos atrevemos a andar el camino que en la vida monástica tiene como fuerza fundamental la oración.

P. Plácido Álvarez.

[1] Romanos 1, 4. [2] Cf. Colosenses 2, 14. [3] Cf. 2 Corintios 12, 9: él me respondió: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad». Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. Por eso, me complazco en mis debilidades, en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. [4] Hebreos 2, 18. [5] Santiago 1, 12. [6] 1 Pedro 1, 7-9. [7] Filipenses 1, 29. [8] 1 Pedro 2, 19-20.

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